viernes, 23 de julio de 2010

LA FAMOSA PUERTA GIRATORIA

En tiempos de elecciones políticas se vuelve invariablemente al inefable discurso de la “puerta giratoria” para llevar a los electores las posiciones de los candidatos frente a la delincuencia y de esa forma subrayar la existencia de un peligro latente y avisar de paso que se será implacable con los delincuentes y que así la gente podrá estar segura de una vez por todas. Lamentablemente este tipo de discursos lo único que efectivamente logra es profundizar la ignorancia de la gente frente al asunto de la seguridad y el delito y a exacerbar los niveles de intolerancia ciudadana pero en ningún caso se torna en un plan efectivo de prevención y disminución de la delincuencia ni en un mejoramiento de los índices de seguridad, porque eso es imposible si se trabaja únicamente desde el plano de la represión y el castigo y de una retórica llamativa pero vacía.
La realidad es que somos un país esencialmente encarcelador, con una tasa insólita de personas condenadas y presas y que a contar de la Reforma Procesal Penal se ha metido presa más gente que nunca, en forma más expedita y por tiempos más extensos, provocando niveles de hacinamiento en las cárceles que ha llevado incluso a autoridades de Estado a señalar que se trata de una situación inhumana. Sin embargo se insiste con que existiría una “puerta giratoria” y en su metáfora sobre la circularidad, donde la gente supuestamente entra y sale de la cárcel sin medida. ¿De dónde sale esto? ¿Por qué se insiste en un asunto que no tiene sustento empírico? La respuesta va por dos planos distintos pero que aluden conjuntamente a la comunicación y en definitiva apuntan a una nueva forma de gobernar y gestionar la penalidad. Así, desde un punto de vista del análisis político-social, en una democracia donde los partidos van perdiendo peso la comunicación política tiende a desarrollarse directamente entre los actores políticos y la gente a través de los medios de comunicación en todos sus soportes (véase el fenómeno Twitter en la presente campaña), así se va construyendo un discurso mediatizado, básico, de fácil acceso a la gente, elaborado sobre frases cortas y directas que se van incorporando fácilmente en el lenguaje diario (en este sentido el slogan de la “puerta giratoria es inmejorable), y que a su vez va fortaleciendo ciertos tópicos que son funcionales a las estructuras de poder (nada es al azar en estos territorios). En el caso de la delincuencia el esquema es que la delincuencia se ha incrementado por culpa de alguien (el responsable depende del lugar político que tiene el emisor del discurso), que existe una importante sensación de inseguridad (emoción social de fácil producción y control), que es necesario reprimir duramente a los criminales (se les otorga un perfil diferente del resto de los ciudadanos para que no se perciba el debilitamiento de los derechos ciudadanos) y que se necesita urgente gobernar el delito (legitimación del poder y oferta de seguridad que tranquilicen el miedo y la ansiedad colectiva). Por otro lado, desde un plano judicial los tribunales han tenido un problema atávico, que es la dificultad en la forma de explicar sus decisiones al común de las personas, primero por el lenguaje técnico-jurídico y segundo porque la oralidad de los procesos es solo un hecho reciente y en ese sentido resulta prácticamente imposible hacer entender a un lego que un sujeto que hurta por segunda o tercera vez productos de una tienda es probable que no quede preso o que un adolescente que le saca un celular a alguien de su cartera tampoco, entre otras cosas porque precisamente castigar todas las conductas con la misma severidad deslegitima aún más el castigo penal, puesto que pierde su función preventiva clásica, toda vez que si la respuesta siempre es la cárcel da lo mismo arriesgarse a hurtar algo que robar y golpear o matar a alguien. En este orden de ideas el derecho penal tiene un fuerte componente simbólico y se estructura sobre la base de advertencias o de la posibilidad de transmitir socialmente censura, de manera tal que si a menudo se está tergiversando esto, alimentando la inseguridad social con discursos alarmantes y transmitiendo el mensaje que el sistema penal no funciona y que posee una ineficacia endémica (no obstante que las cifras dicen lo contrario), se está destruyendo al sistema fundado en un derecho penal racional y pretendidamente justo para dar paso a un gobierno de la penalidad utilitarista que se nutre del aumento de la criminalidad y la difusión de la inseguridad social para administrar los grupos excluidos socialmente en función de una selectividad de quienes pueden estar adentro y gozar del Estado social (recurso escaso y gestionable) y pueden participar democráticamente (en razón del poder de los grupos) y demandar seguridad ciudadana y quienes se quedan afuera, sujetos que hay que incapacitar e invisibilizar con las metáforas de la puerta, el candado, la mano dura, la mano blanda, etc.

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