viernes, 23 de julio de 2010

SOCIEDAD-BULLYING

El bulliying es la nueva preocupación social, el nuevo debate ciudadano, otro temor más en la lista de inseguridades diarias y parte obviamente de la agenda noticiosa que contempla todos los días nuevos casos de supuesto bullying donde chicos y adolescentes someten violentamente a los más débiles, a los más pequeños, mediante golpes, presión psicológica, amenazas y lo hacen en los recintos educacionales, en las plazas, en las calles. La gente, los profesores y los padres en particular están horrorizados.
Déjenme decirles estimados lectores, que el inefable bullying no es más que la expresión de lo que esta sociedad es, ni más ni menos y es que los jóvenes, los niños son la consecuencia no sólo biológica de sus padres sino también cultural y en consecuencia expresión fidedigna de lo que se ha pactado como sociedad.
De que nos habla esta práctica infantil: de exitismo, de violencia, de incapacidad de solucionar los conflictos pacíficamente, de punitivismo, de soledad, de un sistema educacional precario, de prototipos sociales, de libertades mal entendidas, entre otras cosas y es que la actual sociedad chilena construida sobre el paradigma neoliberal es una sociedad de éxitos y vencedores, de desigualdades, de desplazados y perdedores, de trabajo incansable en pos de una productividad ficticia, de la carrera por una riqueza intangible, financiera, crediticia, que deja de lado a los hijos en la búsqueda del bienestar material.
A menudo escucho historias de violencia entre adolescentes y niños, de denuncias a los tribunales, de padres que les dicen a sus hijos que no acepten que los pasen a llevar, que se defiendan, de colegios pasivos, de profesores cansados y luego sucede una situación grave y todos rasgan vestiduras y apuntan a los culpables que obviamente cargan con una culpa bastante difusa.
Una sociedad que prioriza, valora y premia el trabajo presencial por sobre la eficiencia real y deja abandonados a sus hijos todo el día a merced de la bazofia televisiva, una sociedad que no es capaz de sentarse a debatir los problemas más acuciantes y los esconde, una sociedad que entiende que la respuesta penal es la más adecuada a los problemas sociales, una sociedad que se fundamenta en el éxito y en el ganar sin miramientos con el que pierde, una sociedad que valida como prototipo social exitoso al hombre (masculino), con un gran patrimonio y pletórico de virilidad desdeñando a las mujeres y a todos las personas diversas, no puede luego exigir que sus hijos no solucionen sus problemas a golpes y que los que tienen más capacidades físicas o intelectuales arrollen a los que no las tienen o denigren a los que se escapan del estándar validado socialmente. Es imposible exigir a los que están en formación biológica y cultural lo que sus padres mismos les han presentado como estructura legitimada de convivencia. No seamos incautos.
El asunto del bulliying, claramente es transversal, no es privativo de una clase social y eso demuestra que es un producto nuestro, de la modernidad que hemos forjado con tanto orgullo. El problema adicional es que en vez de enfrentar la cuestión a mi modo de ver correctamente, es decir enseñándole a los niños a dialogar, a respetar (no solo a tolerar), a despreciar la violencia, a hacerse cargo de los nuevos roles de género en la sociedad, a escuchar al otro y a incluirlo, se opta por la denuncia, por el aislamiento del otro, por acudir a la autoridad para que ponga ley y orden, que se someta a control al que se le fue de las manos la conducta aún cuando todos propiciaron que esa conducta se verifique.
Massimo Pavarini, un filósofo del derecho italiano, dice que el sistema carcelario actual es como una alcachofa. El núcleo duro es la cárcel (para el incorregible) y las hojas a medida que se van distanciando del centro son el control suave, para todo el resto, el control de las conductas en su amplio espectro. Eso es, mientras mantengamos el esquema carcelario como sociedad tan funcional a la sociedad neoliberal, no vamos a solucionar nada en materia de bullying, sino profundizar la violencia de los niños y creer que mediante la denuncia y la segregación del violento, mediante su castigo damos un mensaje y ponemos fin al conflicto, renovando nuestra fe en los valores de esta modernidad y aquietando mediante el autoconvencimiento de nuestras falacias colectivas, el desasosiego que esta situación nos provoca.

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